Si
hubiéramos buscado coincidir en fechas y conmemoraciones de seguro no sale el plan.
La fecha de la presentación del libro se nos fue postergando por diversos
motivos y llegamos -sin pretenderlo así- a concretar en el 15 de agosto 2015,
sábado en el que comenzábamos nuestra jornada Luna Nueva en El Solar. Para
quienes no lo saben, Óscar Arnulfo Romero y Galdámez nació el 15 de agosto del
año 1917 en Ciudad Barrios, municipio de San Miguel.
Gracias
a la cercanía con nuestro amigo antropólogo Julio Martínez realizamos los
primeros contactos con don Héctor Grenni -el autor- a mediados de mayo y debido
a su defensa de tesis de doctorado en
Historia de América Latina no se pudo realizar la presentación del libro y el
conversatorio sino hasta tres meses después. Fue así como el sábado 15 de
agosto recibimos la visita del historiador y el antropólogo, para incursionar
en un tema que aun provoca reacciones encontradas.
Muchos
de los que nacimos por esas convulsas épocas paradójicamente ignoramos los
sucesos o los recordamos con el ineludible sesgo de quienes nos los
trasmitieron. Y no es de extrañarse, en un país donde la información siempre
llega tergiversada por medios de comunicación a una población que se le ha
negado el derecho a conocer su historia. Ya nos lo recuerda el libro, citando
una publicación de El Diario de Hoy en la que se refieren a Romero como “...un arzobispo demagogo y violento… que
estimuló desde la catedral la adopción
del terrorismo…”.
La
Publicación de este libro por parte de la Editorial de la Universidad Don Bosco
es acertada y necesaria para los que continuamos vivos en estos tiempos que
vuelven a repetir convulsión. El autor hace un análisis de la evolución de los
actores principales de la época entre 1969 y 1980: “la evolución de su pensamiento y sus acciones, los cambios, las contradicciones
y los conflictos”. Los actores principales fueron, según el libro y la
ponencia de esa tarde: las organizaciones populares, la guerrilla, la
oligarquía, las fuerzas armadas del Estado y la iglesia católica.
“…
En 1980 en El Salvador coincidieron
muchas situaciones que presentaban esta encrucijada histórica. El auge de las
organizaciones populares, el crecimiento paulatino de la guerrilla, el intento
de la oligarquía por aferrarse a sus privilegios, la búsqueda de las fuerzas
armadas por encontrar alternativas a su histórico papel de testaferro del sistema,
el profundo debate interno en la Iglesia católica ...”
Conocer
las razones menos superficiales de la denominada Guerra de las 100 horas, la
continua represión de gobiernos militares –ilegales desde el primero, de
Maximiliano Hernández-, los movimientos sociales en crecimiento y desarrollo,
la aparición de los grupos guerrilleros, los debates en las entrañas de una
iglesia católica latinoamericana en metamorfosis y los continuos golpes de
estado en nuestro país nos obliga a reflexionar qué era lo que sucedía para que
surgiera tanta efervescencia social, misma que desembocó en la intolerancia de
una guerra fratricida. Y es cuando echamos la vista hacia atrás y nos enteramos
que en El Salvador las desigualdades sociales han sido propiciadas desde el
inicio de la República. Las mismas desigualdades añejadas en nuestras venas
fueron susceptibles ante las influencias de las potencias mundiales en contienda
desde antes de la sucia Guerra fría.
Fueron
cuatro acontecimientos que precipitaron la decisión de asesinar al líder popular:
sus reclamos por la represión hacia la masiva manifestación del 22 de enero del
80 y la válida acusación a la derecha nacional; la carta enviada al presidente
estadounidense James Carter, en la que solicitaba a tal jefe de estado la
prohibición de la ayuda militar al gobierno salvadoreño, aparte de exigir la no
intromisión en los asuntos políticos de nuestro país; y su marcado
distanciamiento como arzobispo de la iglesia católica con la clase dominante.
Un último acontecimiento se suma como detonante: la homilía del 23 de marzo de
1980, en la que hace un llamado público contra la represión, instando a los
soldados a la desobediencia. Al día siguiente de esta homilía, un francotirador
apuntó certeramente al corazón de Romero, mientras oficiaba misa en la colonia
Miramonte de la capital. Investigaciones posteriores concluyeron que la derecha
salvadoreña orquestó el crimen.
En
el libro y en su disertación, don Héctor Grenni apuntó sin titubeos a la miopía
y escasez de horizontes de los “actores principales”. Y es que ciertamente en
sus manos estuvo la solución de la
problemática nacional, pero decidieron por la agudización de la misma. Esto
alude a las características conflictivas de la sociedad salvadoreña y muestra
de ello es el asesinato del religioso y líder popular.
Luego
de la ponencia de don Héctor Grenni, al respecto de los aspectos anteriormente
mencionados que tristemente reventaron la brutal intolerancia, reflejada en el
asesinato de Óscar Romero en plena celebración de misa, se dio paso al
conversatorio donde el público asistente tuvo la oportunidad de interactuar con
los ponentes y expresar sus puntos de vista, acertando en la necesidad de
cambiar los esquemas de sociedad que aun adolecemos.
Hubo
tiempo al final del conversatorio para compartir algunos ejemplares del libro
con los asistentes, auspiciados por la editorial y entregados por el mismo
autor.
“Un
poquito de amor en tiempos de guerra”, fue una frase de Enrique Bunbury en
uno de sus conciertos como solista. Esta misma frase resuena en mi cabeza
después de leer el libro de don Héctor Grenni que posee como título completo: El Salvador en tiempos de Monseñor Romero:
Sociedad e iglesia. Procesos, dinámicas y contradicciones de un período de
violencia (1969-1980).
Hay necesidad de lamentar la mediocre actuación de la Iglesia Católica de El Salvador a la hora de conmemorar los treinta y seis años del asesinato de tan insigne pastor de su redil y sobre todo un guía espiritual y líder popular. En vez de dar un giro a los habituales esquemas de celebración de la cuaresma, se prefirió adelantar la misa de conmemoración al 17 de marzo para no interferir con la celebración del Jueves Santo este recién pasado 24 de marzo. Es una muestra más de cómo el tradicionalismo católico aplasta la memoria de uno de sus más insignes representantes, aun cuando el 23 de mayo pasado se ufanó de tener un beato salvadoreño.
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